Luisa de Marillac

El texto aparecido en esta página está basado en un escrito de Betty Ann McNeil, HC

Luisa de Marillac (1591-1660), esposa, madre, viuda y abuela, así como líder en la caridad, venció el estigma social de su nacimiento fuera del matrimonio en el siglo XVII en Francia, para convertirse en la cofundadora de las Hijas de la Caridad (1633). Luisa de Marillac fue una Dama de la Caridad muy activa y fue nombrada Santa Patrona de los Trabajadores Sociales Cristianos (1960).

Como mujer casada, Luisa visitaba a los enfermos pobres de su parroquia y les llevaba caldos y remedios, les cambiaba la ropa de cama, los aconsejaba y los enterraba cuando morían. Como esposa y madre, Luisa continuó su ministerio apoyando hasta los últimos de sus hermanas y hermanos. Les llevaba alimentos, dulces, conservas y galletas, les cepillaba el pelo, les lavaba las heridas y los amortajaba antes de enterrarlos después de su muerte. Como viuda, Luisa trabajó activamente con las Damas de la Caridad. Servía a pacientes pobres en el hospital Hotel-Dieu, en París, y adiestraba a las voluntarias para que atendieran a los enfermos en sus casas. Asimismo supervisaba las Confraternidades de la Caridad, que incluían proyectos iniciados por San Vicente de Paúl. Como abuela, Luisa se afanaba en enseñar lecciones de caridad a su pequeña tocaya, Renée-Luisa.

Como líder de la caridad, Luisa fue una trabajadora social pionera en servicios de cuidado a los enfermos y servicios sociales destinados a niños abandonados, huérfanos, presos, personas que vivían en la pobreza y a quienes la sociedad descuidaba a causa de su edad, fragilidad, condiciones mentales y otras discapacidades. Luisa de Marillac se preocupaba en especial por el cuidado de niños abandonados, les satisfacía sus necesidades y educaba a mujeres jóvenes, en especial las del campo.

Venciendo barreras sociales a través de una vida marcada por la cruz desde su nacimiento, Luisa cambió la historia cuando sus trabajos caritativos y en pro de la justicia entre los pobres, la condujo a percibir la presencia de Dios entre ellos. “La verdad es que las almas que buscan a dios lo encontrarán en todas partes, pero en especial entre los pobres.”

La vida y ministerio de Luisa de Marillac llevó una nueva vida y esperanza a los demás. Su misión de servir a Dios a través del servicio al prójimo estaba enraizado en el respeto a la vida y a la dignidad humana de cada persona. “Debemos respeto y honor a todos: a los pobres porque son miembros de Jesucristo y nuestros amos y señores y a los ricos para que nos den los medios para hacer el bien a los pobres.»

Elizabeth Bayley Seton

Elizabeth Bayley Seton /1774-1821), esposa, madre, viuda y líder en la caridad, venció el estigma social de su conversión al Catolicismo Romano en el siglo diecinueve en los Estados Unidos para convertirse en cofundadora de la Sociedad de Ayuda a Viudas Pobres con Niños (l797) en la ciudad de Nueva York y de las Hermanas de la Caridad de San José, en Emmitsburg, Maryland.

Como mujer casada, Elizabeth visitaba a los enfermos en su parroquia. Les llevaba alimentos y ropa, las proveía de ayuda de emergencia y las aconsejaba. Como esposa y madre, Elizabeth continuó su ministerio llegando hasta las últimas hermanas y hermanos moribundos y los ayudaba en su viaje hacia la eternidad. Como viuda, Elizabeth colaboró con los Sulspicios de Maryland para establecer a las Hermanas Estadounidenses de la caridad y sus diferentes ministerios sociales se extendieron a proyectos enraizados en la tradición de Vicente de Paul.

Como líder en la caridad, Elizabeth se convirtió en educadora pionera y ministra social para familias pobres, huérfanos, viudas y personas que vivían en la pobreza y a quienes la sociedad ignoraba. Envió Hermanas a Filadelfia (1814) y a la ciudad de Nueva York (l817) para que hicieran lo mismo.

Elizabeth Bayley Seton se preocupaba especialmente por el cuidado de los huérfanos y la educación de las jóvenes, especialmente las que vivían en la pobreza. Al vencer las barreras religiosas a través de una vida marcada con la cruz, Elizabeth cambió la historia cuando su trabajo de educación y caridad entre los pobres le permitió reconocer el Espíritu de Dios entre ellos. Su consejo: “Dejen que su estudio principal sea reconocer a Dios porque no hay nada más grande que Dios y porque es el único conocimiento que puede llenar el Corazón con Paz y felicidad, que nada pueden perturbar.”

Catherine Harkins

Catherine O’Regan Harkins-Drake (1834-1911), esposa, madre, viuda y abuela, quien se convirtió en líder de la caridad, venció el estigma social de las mujeres del sigo diecinueve en Estados Unidos para convertirse en la primera Dama de la Caridad. Nacida en Cove of Cork, Irlanda, exactamente doscientos años después de la fundación de las Damas de la Caridad en París y cien años antes de la canonización de Luisa de Marillac, llegó a ser la presidenta fundadora de las Damas de la Caridad en San Luis Missouri (l857). Educada en la Escuela Saint Ann, de Pottsville, Pennsylvania, por las Hermanas de la Caridad de Emmitsburg, entre l836 y 1844, se embebió de la chispa de la caridad Vicentina de las hijas espirituales de la Madre Seton.

Casada dos veces, Catherine visitó los hogares de los pobres enfermos y a menudo hambrientos. Les llevaba comida y remedios, les daba apoyo y compasión, primero como la señora Hugo Harkins (1853) y más tarde como la señora Elmer Drake (1884).

Como esposa y madre de al menos tres niños, Catherine ofrecía su ministerio a familias víctimas de la bancarrota debido a fallas de los bancos y a los precios deprimidos de las cosechas, llevándoles asistencia material y espiritual. Viuda dos veces, Catherine trabajó con las Hijas de la Caridad en el ministerio ofrecido a niños desposeídos en Saint Louis, especialmente en la Casa de los Ángeles Guardianes. Como abuela y bisabuela, Catherine inspiró a sus dieciocho nietos y cuatro bisnietos con el celo necesario para servir al prójimo.

Catherine colaboró con sacerdotes Vicentinos y con Hijas de la Caridad para establecer las Damas de la Caridad en los Estados Unidos y se convirtió en la presidenta fundadora. Lanzó sus primeros proyectos de ministerio social en colaboración con la Familia Vicentina.

Como viuda que se convirtió en líder de la caridad, Catherine tenía un interés especial en la educación de niños pequeños y en apoyos sociales para los huérfanos, los ancianos y las familias necesitadas que vivían en el margen de pobreza, en especial las más vulnerables, como las viudas y los niños pequeños. Catherine se preocupaba especialmente por las oportunidades educativas para los huérfanos y jóvenes desposeídos, y participó en la promoción del desarrollo saludable para niños carentes de privilegios que vivían en la ciudad.

Venciendo las barreras sociales a través de una vida con frecuencia marcada por el desarraigo y nuevos lugares, Catherine hizo historia cuando compartió un sueño recurrente con el Reverendo Urban Gagnepaian, C.M. En este sueño, Catherine experimentó vivamente a Vicente de Paúl, quien la invitaba a unirse a él en el servicio a los pobres. De esta inspiración, surgió su trabajo de caridad entre los pobres, lo que le permitió alimentar la llama de la caridad entre otros trabajadores de la caridad y atraer a nuevos miembros para la misión. En seguimiento al consejo del Padre Gagnepain, de reunir a miembros para una sociedad al servicio de los pobres, doce mujeres dieron a luz a la nueva asociación el 8 de diciembre de l857. Además de cuidar a los pobres en sus hogares, las Damas asistieron a las Hijas de la Caridad en dos instituciones localizadas en la parroquia. Antes de mucho tiempo, otras unidades de Damas de la Caridad fueron formadas en Nueva Orleáns y a través de todos los Estados Unidos.

Preocupación por la niñez

La formación religiosa desempeñó un importante papel en la vida de Luisa, Elizabeth, y Catherine, como esposas, madres, viudas y fundadoras que tenían una gran sensibilidad por las personas necesitadas, especialmente los niños. Su preocupación las condujo a comprometerse a escolarizar a niños necesitados, sobre todo a chicas jóvenes para quienes no había oportunidades educativas.

De hecho, la primera mujer que ofreció sus servicios a Vicente de Paúl para sus caridades fue Margarita Naseau, una pastora autodidacta que recorría el campo enseñando a niñas pequeñas a leer escribir. Margarita aprendió sola el alfabeto… palabras… frases… párrafos. Tan pronto como aprendió a leer, enseñó a otros, convirtiéndose en la primera maestra de escuela de la Familia Vicentina.

Movida por una fuerte inspiración celestial, tuvo la idea de escolarizar a los niños. Compró un alfabeto, pero ante la imposibilidad de ir a la escuela a aprender, le preguntaba al pastor o a su asistente que le dijeran cuáles eran las cuatro primeras letras del alfabeto. Otras veces preguntaba cuáles eran las cuatro siguientes y así hasta terminar. Más tarde, mientras cuidaba a sus vacas, estudiaba la lección. Si alguien con aspecto de saber leer pasaba por ahí, le preguntaba “Señor, ¿cómo se pronuncia esta palabra? “

Otras personas siguieron el ejemplo de Margarita y ofrecieron sus servicios a los enfermos pobres. Esas eran las mujeres a quien Luisa de Marillac formó para ayudar a las Damas de la Caridad en su servicio a los pobres. Los puntos distintivos de su misión eran cordialidad, compasión, respeto y devoción, que distinguieron su servicio. No sólo buscaban y servían a los enfermos y a los pobres de su área, sino que activamente los identificaban y respondía a sus necesitadas no satisfechas, especialmente en el área del desarrollo infantil.

Desarrollo infantil

La preocupación por un desarrollo infantil saludable para hacer adultos socialmente responsables, condujo a Luisa, Elizabeth y Catherine a responder a las necesidades no satisfechas, dedicando sus días a promover la educación temprana de la infancia, sobre todo de chicas jóvenes. Cuando Elizabeth y sus Hermanas de la Caridad de San José de Emmitsburg, adoptaron su constitución, estuvieron de acuerdo en que la comunidad sería la misma que la de las Hermanas de la Caridad (de San Vicente de Paúl) de Francia. La única diferencia sería que contrariamente a la educación brindadaza por las Hermanas de la Caridad que estaba dirigida sólo a los pobres, su misión se extendería a todas las chicas mujeres, cualquiera que fuera su condición económica. En esta forma, las Hermanas recibirían suficientes compensaciones con las cuales se dedicarían a ahorrar lo más que pudieran para poder educar gratuitamente a los niños y niñas huérfanos.

Luisa como Educadora. Luisa de Marillac, que fue primero educada en los clásicos en el real Monasterio Dominicano de San Luis, en Poissy (1592-1604), fijó el estilo para las futuras mujeres vicentinas, como Elizabeth y Catherine. Mas tarde, Luisa recibió adiestramiento doméstico práctico en una casa de huéspedes, donde aprendió varios de los oficios necesarios para dar un servicio de calidad a los pobres. Luisa abogaba con fuerza por la educación de las chicas jóvenes del campo. Fundó programas de enseñanza en parroquias rurales, posiblemente desde 1629-1630. Luisa también proporcionaba preparación para maestros y enseñaba ella misma el catecismo a los habitantes de los villorrios, mientas que al mismo tiempo preparaba a catequistas laicos para que hicieran lo mismo. En un borrador antiguo de las reglas para las Hijas de la Caridad, escribió: “Enseñarán a chicas de los pueblos para que las reemplacen durante su ausencia. Harán esto por el amor de Dios y sin remuneración alguna.”

Colaboración

La colaboración entre las diferentes ramas de la Familia Vicentina data de la época de sus fundadores. Por ejemplo, en 1638 los sacerdotes vicentinos que ejercían su ministerio en Richelieu, solicitaron dos Hijas de la Caridad para que enseñaran ahí. Vicente estuvo prudentemente atento para evitar problemas coeducaciones cuando se enseñaba a niños y niñas juntos, y solicitó a las Hijas de la Caridad para que trabajaran junto a otros educadores laicos. Su meta, como la de Elizabeth Bayley Seton, era ayudar a los estudiantes a desarrollar habilidades rentables para una adultez productiva.

“Hace un tiempo escribí …para saber si la Señorita Le Gras … tendría la amabilidad de proporcionar una buena maestra para las niñas de esta localidad (Nanteuil). Sin embargo, sería ideal que también pudiera enseñarles un oficio, porque a menos que se cumpla esta condición, los habitantes del distrito impedirán que se las aleje del maestro, donde cuesta casi nada y donde aprenderían junto con los niños. Esto también es un asunto peligroso, como ustedes saben”.

Preparación de maestros. Luisa se responsabilizó de la preparación profesional de las primeras Hijas de la Caridad y por su establecimiento de veinte escuelas en Francia (1638-1659) y una en Polonia (1652). Su preocupación impulsora por el desarrollo temprano de la infancia, la llevó también a crear programas educativos para los huérfanos de Bicêtre (1647) y para los de Cahors (1658-59).

Escribió las Reglas Particulares para Maestras, las cuales se convirtieron en base para las educadoras vicentinas, incluidas las Hermanas de la Caridad Estadounidenses, que fueron las primeras en enseñar a la joven Catherine en la Escuela Santa Ana, de Pottsdville, Pennsylvania. Ahí los alumnos aprendieron de Luisa y Elizabeth las primeras lecciones sobre la atención y delicadeza con la que habría que atender a los pobres vergonzantes… que por vergüenza no se atrevían a dar a conocer sus carencias. Enseñar a las jóvenes en situación de pobreza era el sueño de Elizabeth Seton, cuayo objetivo fue preparar a sus alumnas para el mundo en que ellas estaban destinadas a vivir.

Luisa, como Elizabeth Seton, fue de las primeras en establecer una Escuela Normal para la preparación de maestros en la casa madre y una escuela laboratorio en la que las primeras Hermanas practicaban la enseñanza. . Tanto Luisa como Elizabeth creían firmemente que “para poder instruir a los demás, ellas mismas debían tener los conocimientos”. Luisa insistió en que la enseñanza fuera sencilla, práctica y doctrinal e incluso escribió su propio catecismo que era claro y conciso.

Luisa enseñó a las maestras los principios de la educación infantil temprana, para llevar a cabo su visión de un desarrollo infantil saludable y completo. Fue modelo, tanto de compasión como de competencia para que los niños aprendieran las lecciones de la vida. Las hermanas aprendieron a enseñar la cabeza y a formar el corazón de sus alumnos. En su sabiduría maternal, Luisa aconsejó que los maestros siguieran rutinas fijas para los niños, incluso hasta el punto de recomendar ciertas horas para determinadas actividades. Luisa insistió para que los instructores “hicieran que las niñas recitaran sus lección con atención, no sólo que las repitieran sin pensar.” Luisa tenía sentido práctico. Partiendo de su propia experiencia aconsejó a los maestros a que llevaran a sus alumnos a celebraciones litúrgicas, “colocándolos en frente de ella, con el fin de que se acostumbraran a comportarse apropiadamente en la iglesia”. , Luisa aconsejó que los niños fueran alabados por su buen comportamiento, o reprendidos por haberse portado mal, haciendo hincapié en la importancia de ser reverentes en los lugares sagrados.

Filosofía Educativa

Para Luisa, así como para Elizabeth, la educación estaba relacionada y enraizada en los valores dirigidos hacia una vida virtuosa. Desde el principio, las mujeres Vicentinas han “tratado de satisfacer las necesidades espirituales y también temporales de los pobres…” Ya fuera a través de retiros o de dirección espiritual, Luisa y Elizabeth acompañaron a los que educaban a través de su viaje hacia la fe. Con muchos mantuvieron el contacto constante con visitas, notas y correspondencia. Para ellas, las relaciones eran componentes esenciales de educación. Su enseñanza se enfocaba en la persona y se basaba en la fe en Jesucristo, cuyo amor las impulsaba en su misión. La enseñanza del catecismo era sólo el una técnica de las usadas. Otras comprendían el humor y también el arte, sobre todo el arte sagrado, para concretizar algunos conceptos, por ejemplo el rosario y el vía crucis. Se puso de manifiesto también que Elizabeth tenía reverencia por la vida y la creación, las cuales permearon sus enseñanzas. Utilizaba frecuentes metáforas y referencias a la naturaleza, incluidas imágenes poéticas, alusiones y fábulas para mantener la atención de sus alumnos. Para sus Hermanas, en sus instrucciones escritas en la presencia de dios, Elizabeth dijo: “Como los pájaros que cambian de lugar encuentran aire a donde sea que vuelen y los peces que vive en el agua están rodeados por su elemento donde sea que naden, a cualquier parte que nosotras vayamos debemos encontrar a Dios. Él está más dentro de nosotras que nosotras mismas…”

Tanto Luisa como Elizabeth conocían muy bien las Sagradas Escrituras, lo cual se revelaba en sus enseñanzas y correspondencia. Incluso animaban a los maestros para que las explicaran para que así la información fuera comprendida. Por lo tanto, se aconsejó a las hermanas que presentaran las preguntas en formas diferentes, con el fin de que los alumnos comprendieran el significado y no se limitaran a memorizas las palabras. Elizabeth colocó un gran énfasis en los preparativos sacramentales a través de enseñanzas impartidas antes de recibir la Comunión, la Reconciliación y la Confirmación. Se hacían retiros preparatorios antes de las Primeras Comuniones, que por lo general tenían lugar en la temporada navideña. El canto de himnos se usaba como una herramienta de catequesis para ayudar en la oración, recibir consuelo a la hora de la muerte y motivar la conducta cristiana. La copia de pasajes religiosos inspiradores y el intercambio de versos, oraciones y estampas santas eran prácticas comunes en la misma forma que era llevar un diario espiritual.

En la tradición vicentina, se daba gran importancia a la educación religiosa, para que los niños aprendieran su religión, en especial los misterios de la fe, una moralidad correcta y la diferencia entre el bien y el mal. Esta dimensión de formación religiosa y moral en la fe, recibió más énfasis por parte de Luisa y Elizabeth que el progreso de los niños en la lectura o la memorización de un gran número de hecho, lo cual, según ellas, podría conducir a una simple curiosidad intelectual y a la vanidad, en lugar de proporcionar un aprendizaje sólido. El acercamiento pragmático de las mujeres Vicentinas comprometidas en la formación de la siguiente generación, busca proporcionar oportunidades educativas sólidas a fin de que los niños comprendieran con claridad lo que se les enseñaba y usaran bien sus conocimientos.

Elizabeth como educadora. Elizabeth desarrolló una aplicación práctica para vivir según los valores evangélicos para niños que eran ofensores habituales. Aquellos “que llegaban después de la oración de la clase debían ser castigados, al igual que aquellos que se levantaran de sus asientos antes de la campana que anunciaba el final de la clase. Los segundos podían perder hasta diez minutos de recreo o “tenían que pagar un centavo para la alcancía de los pobres”. Un comité de tres niñas determinaba entonces la forma en que de distribuirían los fondos de la alcancía.” Con esta disciplina formativa, se mejoraron los hábitos cotidianos y se enfocó la atención hacia las necesidades de los pobres.

Elizabeth involucró a sus hijas en la enseñanza en la Academia de San José nombrándolas maestras asistentes, porque consideraba que esta enseñanza entre iguales no era sólo práctica sino que resultaría mutuamente beneficiosa. La astuta Madre observó que su hija de diez años Catherine Josephine: “ordena los libros, hace juegos de copias, escucha las lecciones y se conduce con tal gracia, que niñas que le doblaban la edad le mostraban un gran respeto. Pero lo que es realmente gracioso es ver a Bec (Rebeca, de ocho años), con una clase de seis u ocho niños, levantando su dedo para que guardaran silencio, con su pluma y tinta marcando puntos buenos o cruces y manteniendo un orden mejor que el que podía mantener su madre.”

Elizabeth, como Luisa, creía en la importancia de adaptar el mensaje del Evangelio a las capacidades, edad y circunstancias de sus educandos. Elizabeth impartía clases periódicas para las chicas mayores. En una de estas sesiones, les dijo a las alumnas que su meta no era convertirlas en monjas, sino que con todo cuidado les explicó su meta diciendo: “Quisiera prepararlas para ese mundo en el cual están destinadas a vivir.” Elizabeth, como Luisa, reconocía la centralidad del papel de la maestra para hacer visible el amor. Sabían que sin eso, las alumnas perderían interés. También reconoció la realidad de la diversidad entre sus alumnas y los desafíos inherentes para satisfacer sus necesidades individuales con ecuanimidad.

Estoy en paz… y sin embargo esa tranquilidad está en medio de cincuenta niños durante todo el día, excepto temprano en la mañana y el fin del día en las tardes. El orden y la regularidad no pueden faltar aquí. Ejercito al máximo ese principio… esa forma… de ver a veinte personas en un cuarto con una mirada de afecto y de interés, mostrándome interesada en todo y preocupada por sus inquietudes… Soy como una madre rodeada por muchos niños de caracteres diferentes, no todos igualmente amistosos o con quienes se puede congeniar, pero atados por el amor y la enseñanza y les doy felicidad a todos. Para dar ejemplo de alegría, paz, resignación y para considerar al individuo más como un ser del mismo origen y con tendencias hacia el mismo fin, con tonos diferentes de méritos y deméritos.

Catherine como Educadora. Este fue el legado de principios pedagógicos heredados por las Hermanas de la Caridad de San José, que se fueron a Pottsville, Pennylvania en 1836 para enseñar en la Escuela de Santa Ana. Durante los ocho años que las Hermanas de la Caridad permanecieron ahí, la joven Catherine O’Regan se inscribió como alumna. Aunque no permaneció mucho tiempo después de que las hermanas se retiraron en 1844 y su familia se mudó a Paris, Kentucky, las semillas de la caridad ya habían sido plantadas en su corazón por las mujeres Vicentinas que le enseñaron durante sus años formativos. Los años adultos de Catherine son testigo claro de que las lecciones para la vida se aprenden mejor en la temprana infancia.

Catherine parece haber abrazado lo que Luisa veía para las Damas de la Caridad “el camino hacia la santificación que es la caridad perfecta”. Las semillas de los valores Vicentinos fueron plantadas en el corazón de la joven Catherine. Se desarrollaron en una vida virtuosa durante los años de su primer matrimonio con el Capitán Hugo Harkins, dueño de un barco de vapor que recorría el río Mississippi y después de su muerte, durante su segundo matrimonio con Elmer Drake de San Luis. Como la levadura, los valores vicentinos dirigieron su camino en la vida a través de sus setenta y siete años. Al final florecieron con humildad, sencillez y caridad, como Dama de la Caridad al servicio de los niños desposeídos y de las familias necesitadas. Ella y sus primeras compañeras trabajaron con las Hijas de la Caridad en la parroquia de San Vicente de Paúl, donde servían a niñas huérfanas en la Casa de los Ángeles Guardianes. Proféticamente, el legado de Catherine sería lo que Luisa había previsto cuando se refería a las Damas de la Caridad, escribiendo que esa buena “semilla de la fruta se produjo y se produce cada día no sólo en Francia sino, podemos decir, a través de todo el mundo civilizado.”

Levadura de la Oportunidad Educativa. La intuición de Luisa de Marillac para invitar a las primeras sirvientas de los pobres para que vivieran en comunidad y formarlas para la misión de servicio, fue transmitida a través de la inspiración de Elizabethe Bayley Seton, a fin de proporcionar oportunidades educativas par la chicas pobres y transformarlas, con la invitación de Vicente de Paúl, en el sueño recurrente de Catherine O’Regan Harkins-Drake, invitándolas a asistir a los pobres, en especial a los niños abandonados. Hoy día, el sueño continúa a través de las Damas de la Caridad contemporáneas que buscan y sirven a los desposeídos y abandonados por la sociedad. En nuestra era, caracterizada por la eficiencia y la computarización, el rostro de la humanidad, sufriente y solitaria, es a menudo olvidado. Los seres humanos necesitan a alguien a quien acercarse y que los toque con el cuidado compasivo del servicio cristiano. Cuando reflexionamos acerca de mujeres Vicentinas como Luisa, Elizabeth y Catherine, nos comprometemos nuevamente con el trabajo de Dios de curar a los demás en su totalidad a través de un servicio de amor.

Hoy día, se exhorta más y más a las mujeres Vicentinas para que sean un incentivo en la sociedad, como “la levadura que una mujer tomó y mezcló con tres medidas de harina de trigo hasta que la masa se levantó.” Nuestra misión es llevr el amor de Dios a los niños pobres y a las familias que claman las bendiciones del reino celestial. Estamos llamadas a dar nuestro hoy por su mañana, para llevar esperanza a los desesperados, compasión a los heridos, fe a los que dudan y habilidades para la vida a quienes carecen de ellas. Los niños desfavorecidos de las familias pobres requieren de manera especial la atención Vicentina. Las madres que luchan y sus hijos tienen el derecho de dirigirse a la Familia Vicentina, no sólo para recibir compasión sino también habilidades. Las necesidades de los pobres de hoy incluyen amplios programas de desarrollo de calidad de desarrollo infantil en la temprana infancia, así como proyectos de intervención.

Mujeres en el mundo de Vicente de Paúl

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Se puede afirmar que Vicente de Paúl era un hombre sin ninguna visión, hasta que ciertas mujeres incursionaron en su mundo de ministerio. A través de su influencia, Vicente se convirtió en un hombre con una misión. Se dio cuenta de que alimentado, vistiendo y cuidando a los pobres, en realidad se servía a Jesucristo en su persona. Sin embargo, tuvieron que pasar 36 años para que Vicente se diera cuenta de esto.

Dios trabajó a través de dos mujeres para convertir a Vicente en un hombre de misión. En el año 1617, estad dos mujeres lograron que Vicente encontrara la pobreza espiritual de los pobres rurales en Folleville y la pobreza material en todo el campo de Châtillon-les-Dombes. Dos mujeres destacaron el sufrimiento de personas con necesidades insatisfechas. Vicente respondió a través del ministerio a un campesino moribundo de una familia pobre. Al hacerlo, El Espíritu lo tocó profundamente, y así nació un nuevo carisma para la Iglesia.

Santa Luisa de Marillac trabajó con las Confraternidades para mujeres de la parroquia, que con el tiempo se convirtieron en las Damas de la Caridad. La Compañía de las Hijas de la Caridad tuvo su origen en las Confraternidades de la Caridad y la experiencia de San Vicente y de Santa Luisa en la formación de las jóvenes del pueblo, primeras sirvientes de los pobres. Entre ellas estaba Margarita Naseau, que es considerada la primera Hija de la Caridad.

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Ladies of Charity

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En 1634 un grupo de mujeres de la aristocracia fue organizado en París para servir a los pobres pacientes del Hotel-Dieu.
Su misión era imitar al Divino Salvador, visitando a las personas pobres, especialmente a los pobres enfermos, llevándoles alimento espiritual y corporal.
A partir del Vaticano II, este grupo se conoce como Asociación Internacional de Caridades de San Vicente de Paúl.

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