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En un artículo del P. Benito Martínez, C.M., leemos:
«No cabe duda, la fe de Luisa de Marillac abarcaba un conjunto de verdades cristianas obligatorias para pertenecer a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana… Luisa entendía estas verdades como un compromiso con el Dios vivo que le salía al encuentro, pues su espiritualidad no era una doctrina; era revestirse del Espíritu de Jesucristo, como se lo enseñaba su director Vicente de Paúl. Pero Dios es Trinidad y vemos cómo su fe la introduce en cada una de las Personas divinas…»
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A continuación reproducimos las notas escritas por Santa Luisa durante un retiro, mencionadas por el autor en la diapositiva 8 (el resaltado es nuestro):
l tema de mi sexta oración ha sido de las señales que Nuestro Señor mismo da para saber si se ha recibido el Espíritu Santo.
El amor fuerte y tierno de Nuestro Señor se mostró bien cuando anunciaba a los Apóstoles el consuelo que la venida del Espíritu Santo iba a darles, y se lo manifestó de dos formas: una, diciéndoles que el Espíritu Santo les daría testimonio de El. Pero, Salvador mío, ¿no les habías ya dado tú mismo bastante testimonio con tus palabras y acciones durante tu vida humana y después de tu resurrección? ¿Qué más había de darles esa venida del Espíritu Consolador que el Padre enviaría por ti? ¡Oh secreto profundo e inescrutable! ¡Trinidad perfecta en poder, sabiduría y amor!, acababas la obra de la fundación de la Iglesia Santa a la que querías hacer Madre de todos los creyentes, y para ello la consolabas por las operaciones infinitas con las que confirmabas las verdades que el Verbo Encarnado le había enseñado; infundías en el cuerpo místico la unión de tus producciones, dándole el poder de operar maravillas para hacer penetrar en las almas el testimonio verdadero que querías diera de tu Hijo; operabas en los miembros de ese cuerpo místico santidad de vida por los méritos del Verbo Encarnado, y el Espíritu Santo en su amor unitivo se lo asociaba para que produjera los mismos efectos de su misión, dando ante los hombres el testimonio de la verdad de la divinidad y humanidad perfecta de Jesucristo, testimonio que debía servir a todos los hombres de gozo, emulación, desprendimiento efectivo de todo afecto, para que ellos pudieran formarse según sus acciones santas y divinas, lo que en nosotros produciría la resolución de vivir como creaturas racionales. Esto es, me parece, lo que Nuestro Señor quería decir a sus Apóstoles cuando les anunciaba que después de la venida del Espíritu Santo, ellos también darían testimonio de El. Y esto es lo que tienen que hacer todos los cristianos: no ya dar testimonio sobre la doctrina, cosa que incumbe sólo a los hombres apostólicos, sino con sus acciones perfectas de verdaderos cristianos. ¡Qué felices son las personas que por disposición de la divina Providencia tienen el deber de continuar en todas las prácticas más sencillas de su vida el ejercicio de la caridad!
¡Oh Espíritu Santo! sólo tú puedes hacernos comprender la grandeza de ese Misterio que parece, si se puede hablar así, manifestar la impaciencia de Dios; es más bien el anuncio de que se acerca el cumplimiento del designio de Dios sobre la naturaleza humana, para que alcance la perfección de la unión que su omnipotencia quiere realizar en ella. ¡Oh hombres cegados por bagatelas, y yo más que ninguno! Elevemos nuestro espíritu no por encima de lo que somos en los designios de Dios, porque eso es imposible, sino por encima de nuestra inclinación natural procedente de la corrupción del pecado, para que en todas nuestras acciones podamos honrar a Nuestro Señor por el testimonio que quiere demos de El haciendo las mismas acciones que El hizo en la tierra, a las que por su amor aplicará el mérito de las suyas; queriendo por este medio que todos los cristianos tengan, ya en esta vida, la unión con Dios que El nos ha merecido.
Como medio para ello, intentaré, ayudada por su gracia, arrancarme de mis perezas y servirme de una práctica que una lectura me ha enseñado: la de considerar en todas las ocasiones que se me presenten de hacer algún bien a mi prójimo, no ya solamente la recompensa que El tiene prometida como si se le hiciera a El mismo, sino que ese prójimo toma el lugar de Nuestro Señor, lo sustituye, por una invención de amor que su bondad sabe y que ha dado a entender a mi corazón, aunque yo no puedo explicarla.
Y del pensamiento que su bondad me ha inspirado precisamente cuando estaba distraída por un movimiento de vanidad creyendo que me veían hacer una buena acción: el de acostumbrarme a fijar en mi mente la creencia de que me están mirando Dios y los Ángeles.
(Santa Luisa de Marillac, Pensamientos, pp. 810-811).